Reel tras reel y tik-tok por tik-tok va pasando nuestro tiempo, observando a través de imágenes en movimiento lo que ocurre, los acontecimientos de moda, las tendencias que nos imponen las redes sociales, todo se ha vuelto un enorme escaparate para que una sola pantalla dicte lo que debemos ver y como hay que pensar.
Y así comenzamos a compara nuestra vida con lo que vemos que está bien allá afuera, es inevitable querer que todo lo que compartimos, lo que tenemos, hasta la pareja que llegamos a escoger sea instagrameable...
Nuestros marcos de referencia se han construido, en la era de las redes sociales, con lo que los creadores de contenido deciden, el constante bombardeo de lo que gusta, que es lo socialmente aceptable, los estándares con los que tenemos que vivir.
Desde el lenguaje inclusivo, lo que es cancelable, el tomar cualquier posición o narrativa, te puede hacer héroe del momento, víctima o villano...
Hasta donde se ha desdibujado, en esta era donde se supone que todos tenemos cabida, el aceptar realmente quienes somos, aunque nuestras convicciones choquen con cualquiera de las múltiples minorías que existen.
¿Cómo poder amar, si de pronto ya no sabemos amarnos a nosotros mismos?
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